Mi idea original para las vacaciones de este año era visitar en profundidad Argentina, pero poco a poco me fui liando y la parte asiática del planeta me ha tirado un poco mas.

Mi estancia en Buenos Aires ha sido muy breve, de hecho diría que ha sido una especie de escala larga que me ha permitido impregnarme del verano austral, pasear por las calles, sudar la gota gorda con 35 grados y comer buena carne.

Llegar a Buenos Aires desde Tokyo es un shock. Pero de eso se trata cuando das una vuelta al mundo, de que cada llegada te pegue una buena ostia y te deje aturdido un par de dias, de este modo, aunque en principio resulta molesto, acabas apreciando mucho mas las diferencias culturales.

El día que llegue estuve en realidad dormitando. Cruzar la linea internacional de cambio de fecha es algo que me aturde y mis biorritmos siempre se alteran cuando lo hago.

El domingo 16 de enero, como todos los domingos había mercadillo en el histórico barrio de San Telmo, el que tiene mas sabor y encanto de la ciudad.

Después de visitar el mercado donde se pueden encontrar frutas, verduras, antigüedades de dudosa procedencia, abrigos de pieles de segunda mano, cerillas antiguas, soldaditos de plomo, pinturas, fotografias, correas de caballo, trajecitos de muñecas de porcelana fantasmagóricas (mientras el carnicero amasa la carne picada), salí a la calle defensa donde hay un mercadillo a lo largo de toda la calle de un par de kilómetros. Mis hermanas hubieran enloquecido.